Me llamo Ernesto, Meño para los amigos. Tengo 14 años, aunque la gente me dice que no los aparento porque soy un poco más bajo que los demás. Mis amigos me dicen que soy un charlatán y un chico muy extrovertido. Con mis amigas no tengo mucha relación, ya que siempre están hablando de que si a mí me gusta este y a mí me gusta el otro, pero me dicen que soy un coqueta, un presumido, un orgulloso, pero también que soy muy honesto y sensato. Mi madre ella sola ha creado mi vida, porque se piensa que tengo una vida muy distinta a la que en la realidad vivo, actualmente soy un perezoso, holgazán, descuidado pero muy encantador.
Seguí recto, y cada vez me acercaba más a aquella misteriosa sombra, había un terrorífico callejón, me asomé y vi a una mujer sentada en el suelo, tiritando de frío, llorando y muy pálida. Tenía la ropa sucia y rota, y desprendía un olor un poco peculiar. Su nariz era alargada, sus ojos rasgados de color verde. Tras una larga mata de pelo, se le veían unas preciosas orejas. Me acerqué, le cogí la mano, ella estaba asustada, no me conocía de nada, pero cuando sintió el calor de mi mano en la suya, me hecho una sonrisa.
Le pregunte porque estaba ahí, en esas condiciones, y con voz temblorosa me dijo susurrándome al oído, que le habían robado, le habían destrozado todo lo que tenía y llevaba varios días durmiendo en la calle comiendo lo que encontraba por los contenedores.
Le pregunte porque estaba ahí, en esas condiciones, y con voz temblorosa me dijo susurrándome al oído, que le habían robado, le habían destrozado todo lo que tenía y llevaba varios días durmiendo en la calle comiendo lo que encontraba por los contenedores.
Entonces un señor que pasó por allá nos vio y nos dijo que tenía un lugar donde se podía hospedar aquella mujer. La mujer emocionada, aceptó encantada, y desprendiendo una alegría enorme se fueron.
A causa de esto, llegué tarde a casa pero a pesar de la bronca de mi madre, me sentía muy orgulloso de lo que esa noche había hecho.
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